Me pongo muy romántica cuando hablo del peso de las palabras. De lo que ellas (habladas, oídas o leídas) significan para mí.
Y seguramente suene ego-centrista vivir gozando lo que tantos autores ofrecen a mis sentidos (visuales, auditivos, etc.) sin preocuparme por su autoría u origen. Me pasa mayormente con música que disfruto sin tener idea de quien la canta o quien la compone. Y rara vez recuerdo los nombres de los directores de mis películas favoritas o los cuento con los dedos de una mano.
Hace algunas semanas me tocó ver una película en inglés, sin subtitular. Como mi inglés no es bueno, dediqué buen rato a recopilar información sobre el film. Se trataba de “las horas” (lo recomiendo) y como me fascinan las historias que representan vidas reales, no sólo busqué material sobre el argumento sino también sobre la historia de vida de Virginia Wolf.
Todo el procedimiento, que me llevó a ver la película en muuuuchas horas, me condujo a varias reflexiones relacionadas con otro tema fascinante: la adaptación (por ejemplo, la que ya lleva posteada un par de semanas sobre los finales felices).
Otra reflexión se dio con referencia al lenguaje cinematográfico. Y la pregunta fue: ¿Porqué la producción cinematográfica... y si una imagen vale más que mil palabras... tiene que valerse de un código que no es propio del género al momento de proponer los títulos y los créditos?
Más allá de las argucias estructurales, animación y otros recursos, al momento de mostrar títulos y créditos en las películas se utiliza TEXTO casi-indefectiblemente, no siendo el código alfabético el lenguaje propio de este medio, por más de que ese texto que estemos viendo sea, a su vez, una imagen.
Pregunté a unos cuantos amigos si recordaban haber visto esto planteado de otro modo. Un especialista en el tema (Jorge Surraco) recordó el caso en una de Ingmar Bergman, pero consintió en que son prácticamente nulos en el cine (se da diferente en el medio televisivo, pero mayormente por temas de traducción).
Al parecer también hay cuestiones de “contrato” por las que estos textos no se pueden obviar y, cómo no, cuestiones económicas, ya que lo mismo traducido a sonido llevaría muchos más metros de película que los que consume el texto (considerando la velocidad con que se proyecta, que suele ser imposible de leer en el caso de los créditos).
¿Podríamos decir que esta información en verdad no debería estar contenida en el film?
Trasladando el problema a otras disciplinas, no es probable que escuchemos los créditos ni el título de una canción cuando ponemos a tocar un disco, pero si es probable que tengamos su estuche en nuestro poder. Estuche que a su vez se vale de recursos ajenos al lenguaje propio de la música.
Y seguramente suene ego-centrista vivir gozando lo que tantos autores ofrecen a mis sentidos (visuales, auditivos, etc.) sin preocuparme por su autoría u origen. Me pasa mayormente con música que disfruto sin tener idea de quien la canta o quien la compone. Y rara vez recuerdo los nombres de los directores de mis películas favoritas o los cuento con los dedos de una mano.
Hace algunas semanas me tocó ver una película en inglés, sin subtitular. Como mi inglés no es bueno, dediqué buen rato a recopilar información sobre el film. Se trataba de “las horas” (lo recomiendo) y como me fascinan las historias que representan vidas reales, no sólo busqué material sobre el argumento sino también sobre la historia de vida de Virginia Wolf.
Todo el procedimiento, que me llevó a ver la película en muuuuchas horas, me condujo a varias reflexiones relacionadas con otro tema fascinante: la adaptación (por ejemplo, la que ya lleva posteada un par de semanas sobre los finales felices).
Otra reflexión se dio con referencia al lenguaje cinematográfico. Y la pregunta fue: ¿Porqué la producción cinematográfica... y si una imagen vale más que mil palabras... tiene que valerse de un código que no es propio del género al momento de proponer los títulos y los créditos?
Más allá de las argucias estructurales, animación y otros recursos, al momento de mostrar títulos y créditos en las películas se utiliza TEXTO casi-indefectiblemente, no siendo el código alfabético el lenguaje propio de este medio, por más de que ese texto que estemos viendo sea, a su vez, una imagen.
Pregunté a unos cuantos amigos si recordaban haber visto esto planteado de otro modo. Un especialista en el tema (Jorge Surraco) recordó el caso en una de Ingmar Bergman, pero consintió en que son prácticamente nulos en el cine (se da diferente en el medio televisivo, pero mayormente por temas de traducción).
Al parecer también hay cuestiones de “contrato” por las que estos textos no se pueden obviar y, cómo no, cuestiones económicas, ya que lo mismo traducido a sonido llevaría muchos más metros de película que los que consume el texto (considerando la velocidad con que se proyecta, que suele ser imposible de leer en el caso de los créditos).
¿Podríamos decir que esta información en verdad no debería estar contenida en el film?
Trasladando el problema a otras disciplinas, no es probable que escuchemos los créditos ni el título de una canción cuando ponemos a tocar un disco, pero si es probable que tengamos su estuche en nuestro poder. Estuche que a su vez se vale de recursos ajenos al lenguaje propio de la música.
Continuará...